TODO MENOS MIEDO

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Yo seré queso

Sentado en una cantina de Mixcoac de cuyo nombre siempre me acuerdo, hace días anoté, para continuar la lista de negocios a ser abiertos en fecha no necesariamente próxima, una ocurrencia más en la libreta: “Servicio de comidas para películas en proceso Catering De Nuevo”.

Tras ello, como en tantos otros casos, sembré esperanzados puntos suspensivos. No tenía idea aún, tras esa suerte de epifanía, de que semanas después iba yo a estar en el mero París para enterarme del mal estado de salud de la actriz Catherine Deneuve. Ni mucho menos de que en San Eustaquio, construcción gótica tardía como bella del rumbo del antiguo mercado de Les Halles, estaría yo presente y vestido de negro en aventajado lugar durante las exequias de Marie Laforet. Mientras afuera de los gruesos muros un violinista electrificado interpretaba con un viento de doméstico huracán semipolar -los parisinos en térmicos terrenos así se las gastan- Les Feuilles Mortes desparramado en grave y melancólico francés por Ives Montand años ha.

Funeral de Marie Laforet
Foto: Alain Derbez

¿Cantaron juntos? ¿Actuaron juntos? Hablo de Marie y de Ives por supuesto, ya que con Catherine y el galán ítalo-galo recuerdo la película Le Sauvage, apuntalada por la siempre atinada música de Michel Legrand. Me hago la pregunta mientras, a unos pasos a la derecha de las reliquias que se anuncian de mártir y que no son sino los restos de un general romano llamado Plácido (como el vapuleado Domingo) que convertido al cristianismo fue quemado ya con el nombre de Eustaquio (como las trompas), tomo asiento.

La chica de los ojos dorados

Lo que sí que sabía -y me vino a la memoria justo en la fecha en que en Dinant, Bélgica nació, pero en 1814, Adolfo Sax-, es que en esta iglesia fue estrenado de Héctor Berlioz su Te Deum donde triunfante sonó en la marcha final un decimonónico como entonces novedoso saxofón soprano. Era 1855 y se inauguraba una exposición universal y la ambición rampante de Napoléon III ya conocía de México al menos el nombre (faltaban menos de diez años para la firma del Tratado de Miramar).

Eso entonces sí que tenía claro este mediodía de jueves en que, a la otra orilla del Atlántico, en la mentada taberna de avenida Revolución, la botana incluye caracoles y espinazo mientras que en el lado donde gaviotas se birlan el Sena a picotazos, he llegado temprano para poder mirarle las costuras a lo que será el vestido del ceremonial para el funeral de la actriz también cantante como poeta e investigadora de la vida sencilla que los nostálgicos de otras décadas recuerdan como “la chica de los ojos dorados”.

Funeral de Marie Laforet
Foto: Alain Derbez

Yo, como lo advertí y reiteré en las redes sociales hace rato, pasaré desapercibido. No saludaré ni a la alcaldesa Hidalgo ni a nadie de cualquier farándula. No es mi estilo. Mi único contacto, si así puede llamarse sin exagerar, será cuando en la misa uno de los varios sacerdotes convocados para la ocasión ordene al micrófono que “nos demos la paz” y la muchacha a mi lado extienda diminuta su mano casi niña para que la estrechemos unos segundos nada más sin darme tiempo, tal vez, para incomodarle preguntándole si por ventura conocía a Adam West y aquel viejo serial televisivo donde, dibujados, Batman y Robin se saludaban de afectada manera.

Un viaje nasal

Pero no me adelanto: esto vendrá en un par de horas y aquí adentro la temperatura es mas bien baja. Las iglesias, pienso, tendrían éxito en los primeros tiempos porque los fieles al calor podían, con ciertos límites, apretujarse más que espiritualmente y al menos estrechar sus agrios vahos y sudores acres. Ojo, que son otros los tiempos y distintos los perfumes, las costumbres y las vestimentas de los presentes del tercer milenio: es 2019 y en la versión cibernética del Paris Match se leerá en unas horas:

“Le dernier adieu à la fille aux yeux d’or. Jeudi, les obsèques de Marie Laforêt ont eu lieu jeudi, à l’église Saint-Eustache, à Paris. Sa fille la réalisatrice Lisa Azuelos était présente, comme sa petite-fille Thaïs Alessandrin, entourée de nombreuses personnalités venues rendre hommage à l’actrice décédée samedi dernier”.

Hace frío en esta parte de la antigua Lutecia pues, pero huele bien, muy bien. El viaje nasal va del incienso al Chanel y de la derretida parafina al Yves Saint Laurent y algún otro aroma que por un instante se me escapa aunque lo tenga en la punta de las chatas. Los minutos transcurren y un par de hombres muy serios, encargados de la producción del evento (pudiera decirse), hacen que los abrigados dolientes que ya se habían sentado en -con cartel que así lo indicaba- reservada silla, levanten sus posadas posaderas para desplazarlas a otra parte. Son tres veces ya cuatro quizás, en que como guijarros de los de Fourier, como canicas de las de Cri-Cri, como retozos de infantil mercurio, brincan de aquí para allá.

Foto: Alain Derbez

Yo -lo he advertido- me he colocado en lugar preferente: nadie me mira y lo miro todo que así es como me gusta incluso en este tipo de servicios religiosos a los que muy rara vez asisto. Conozco a una persona que le encantan las bodas pero mi proverbial discrecion me impide evidenciarlo no obstante la existente confianza. Confianza que, mal entendida, lo sabemos, da asco. ¡Ahí van otra vez los que tan orondos estaban de ser los meros quiéees para ocupar su justificado sitio! Obedientes sí que son. Deben de pertenecer supongo, a la clase de parientes o amigos de segunda. Vienen desde el relleno a que los vean y también a ver quién viene. Conforme se acerca la hora de la hora vendrán los de a de veras.

¿Qué pensaría Marie Laforet?

¿Qué pensaría la difunta? ¿A quién convocar a tu funeral si eres tan querida? ¿Qué querría yo?, pienso mientras los miro menearse una vez más. ¿Qué me gustaría en mi funeral? ¿Me provocaría algo que pasara la parentela al micrófono y leyera palabras escritas ante mi cadáver empaquetado en modesto pino como el de Marie o me decantaré por lo que alguna vez dije en la sobremesa y que consiste en cremar mis restos para con las cenizas envolver quesos de cabra que sirvan para los bocadillos mientras alguien enjuga una o dos lágrimas. Luego juiciosamente se procederá a pasar tarjetas como de sordomudo que a las claras indique: “Congratulaciones: acaba usted de zamparse al muerto”.

Me despierta de mis reflexiones el pase de charola. No doy ni un céntimo. Nunca al clero, le digo al hombre con mi mejor acento de Narbonne. Ignoro por qué escogí ése en particular. Ah, ya sé: ¡L’Occitane! ¡Eso es! Una de las fragrancias que se me escabullía viene de ahí: Occitania.

Funeral de Marie Laforet
Foto: Alain Derbez

Oscuros son los caminos de la memoria sobretodo olfativa. Una amiga tuve en otra vida que siempre tenía en su lavabo jabón líquido de esa marca. Se hablaba de tú con Carlos Fuentes. Yo no. Yo no hablo con nadie. Está en mi naturaleza. O no. Es la música del órgano la que me hace pensarlo. Monumental sin duda. La música de Bach -dijo chiapaneco el bardo- mueve cortinas. Es la Pasión según san Mateo. Aquí sí Marie Laforet descansa en paz. Yo con ella. Luego se abren las puertas y surgen los fotógrafos. Soy el primero en salir. Me miran. No me ven. Puedo ir en paz, el ritual ha concluido.


Alain Derbez – @Alain_Derbez