Revolution Number 9: ¿por qué el mundo está tan alborotado?
Desde hace algunos meses, las revueltas alrededor del mundo parecen intensificarse. Cataluña, Chile, Bolivia, Ecuador, Francia, Hong Kong, y otros lugares más son escenarios de manifestaciones sociales. Esta coincidencia en el tiempo, y en algunas formas de protesta, pareciera hermanar a las revueltas. Sin embargo, cabe preguntarse qué tienen en común estas luchas sociales, ¿qué está estallando en el mundo? El economista Branko Milanovic desmenuza en este texto los puntos de contacto y disenso de las revueltas de 2019. El texto fue publicado originalmente en el blog del autor.
“Un fantasma recorre [el mundo]. Es el fantasma de [¿qué?]”. Mientras en 1848, Marx y compañía sabían más o menos qué recorría Europa,en nuestras revoluciones de 2019 no tenemos idea. Algunos como Yascha Mounk y Thomas Friedman, veteranos de los sueños de los años 90, esperan ver las revoluciones nacionalistas (según ellos democráticas) que derrumbaron al comunismo. Pero tanto las revueltas de hoy, como los regímenes que enfrentan, son tan heterogéneos que no queda claro qué pudieran derrumbar. Algunos otros ven surgir de nuevo la Primavera Árabe, aunque esperemos que con mejores resultados finales.
Las revueltas de la globalización
Estas son las nuevas revueltas mundiales que tienen poco en común con las anteriores, sean las de 1848 o las de 1968, en las que insistimos en encasillarlas. Son la primera revolución en la era de la globalización. A diferencia de las revoluciones del 68 que estaban mucho más acotadas geográficamente, estas revueltas no pueden tener mucho en común, puesto que están diseminadas en un espacio muy amplio y afectan países y continentes. No obstante, sí comparten, en primer lugar, la capacidad de organizarse a través de las redes sociales; y en segundo, las demandas políticas que tal vez puedan resumirse en el desagrado por los gobernantes, y el deseo de ser escuchados e incluidos en los procesos políticos.
¿Una ideología común?
Revueltas de exclusión unen a los chalecos amarillos y a los manifestantes argelinos. Protestas contra la corrupción de las élites políticas unen a las protestas libanesas y colombianas. Revueltas contra las alzas de precios, promulgadas con desprecio hacia los pobres, unen las causas de los iraníes y chilenos. El deseo de independencia une a las manifestaciones de Cataluña y de Hong Kong. El odio a los regímenes que disparan contra los manifestantes une los movimientos de masas bolivianos y venezolanos.
Los intentos por encontrar una ideología en común entre estas revueltas muestran sus propios límites. Yascha Mounk observa un deseo de democracia en el derrocamiento del régimen boliviano. Pero, en realidad, fue un golpe militar a la vieja escuela, muy bien preparado con meses de anticipación, que regresó al poder a una élite oligárquica y racista. De modo que la ahora despojada izquierda tendrá que emprender de nuevo su lucha por la democracia. Sin embargo, en Venezuela y Nicaragua sucede lo opuesto: la derecha intenta derrocar a revolucionarios que solían ser izquierda y que han decidido no dejar el poder, asfixiando a todos los demás.
Una pregunta sin respuesta
La prensa llama “democrátas” a los manifestantes de Hong Kong. Pero en realidad son secesionistas de bienes y raíces que utilizan la democracia como un slogan más conveniente, pues esas demandas por democracia, que probablemente no se extiendan al resto de China, sólo pueden concretarse en un Hong Kong independiente. Por lo tanto, son similares a los manifestantes catalanes, quienes también creen que la democracia real implica el derecho a la autodeterminación. Ambos plantean la pregunta que, por lo menos desde 1918, cuando Woodrow Wilson y Lenin trataron de proponer sus soluciones, el mundo no ha podido responder: ¿quién tiene derecho a la autodeterminación? ¿Es un derecho fundamental de la democracia o no? ¿Puede ejercerse si otros miembros del Estado están en contra?
En el caso de Hong Kong y de Cataluña somos incapaces de responder, así como somos incapaces de decir algo significativo sobre la independencia kurda o la palestina, o sobre Kosovo y Abjasia. El mundo está lleno de conflictos “congelados” que estallan de vez en cuando y regresentan frentes que potencialmente podrían desencadenar guerras mucho más grandes.
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Regímenes violentos
Ahora bien, en cuanto a las protestas chilenas e iraníes, ambas detonaron por cambios económicos aparentemente modestos: el aumento en el precio de la gasolina (que, por cierto, también fue el origen del movimiento de los chalecos amarillos) y el aumento en la tarifa del metro. Los dos regímenes reaccionaron con inusual violencia: al parecer más de cien personas han muerto en Irán y más de veinte en Chile. No obstante, los regímenes son muy distintos. Uno es una democracia neoliberal con sus raíces constitucionales en una dictadura de extrema derecha. El otro es una teocracia cuasi democrática con sus orígenes en un movimiento revolucionario contrario a una dictadura de derecha. Aún así, en ambos países la gente no se levantó sólo por la alza de precios, sino por algo más fundamental: el desprecio de los regímenes por los derechos de los ciudadanos y su completa indiferencia ante grandes grupos de personas (los pobres en Chile, y los jóvenes desempleados en Irán).
Una supresión más violenta sucedió en Irak. Pero el mundo se ha acostumbrado tanto a la violencia y los asesinatos en Irak desde que el “cambio demodrático” llegó en el 2003, que una nueva ola de violencia masiva genera poca atención. Muchos de los que apoyaron la invasión a Irak, bajo el argumento de que traería la segunda democracia de Medio Oriente (después de Israel), hablaron muy poco sobre estas protestas, pues son muy difíciles de encajar en sus esquemas. Si apoyaran las protestas, estarían acusando indirectamente al “régimen democrático” que ayudaron a imponer en 2003. Entonces no dicen nada.
Hacerse escuchar
Las revoluciones de 2019, creo, presagian una nueva generación de revoluciones globales. No forman parte del mismo y fácilmente reconocible patrón ideológico. Responden a causas locales, pero tienen una característica global en su capacidad de comunicarse unas con otras, por ejemplo, los manifestantes catalanes imitaron los bloqueos a edificios públicos iniciados en Hong Kong. Y aún más importante, se alientan unas a otras: si los chilenos se levantan, ¿por qué no los colombianos? Si existe un único pegamento ideológico es, creo, el deseo de que la voz del individuo sea escuchada.
En un tiempo de cambios políticos tectónicos, en que los políticos y las viejas ideologías han perdido mucha de su credibilidad, una cosa que no ha perdido credibilidad es el deseo y el derecho de ser escuchado y tomado en cuenta. En cierto sentido, es una protesta democrática, pero desde que las democracias bipartidistas perdieron mucho de su brillo en 2008, las revueltas han tenido problemas para definirse en términos políticos e ideológicos. Debemos esperar más de estas diversas, y a menudo incipientes, revueltas de la globalización hasta que fuerzas políticas más estructuradas aparezcan en escena, y se muestren capaces de canalizar las quejas y de usarlas para llegar al poder.
Branko Milanovic – @BrankoMilan
Traducción de Gabriela Astorga – @Gastorgap