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Los Xhitas, una celebración entre el cielo y la tierra

No hay lugar del que me guste hablar más que de mi pueblo. Ya saben, por eso de que cuando sales de casa los recuerdos se vuelven más claros. Hoy que tengo oportunidad de traerles un poco de Jilotepec a este espacio, quiero platicarles sobre la celebración que mejor pinta sus calles: los Xhitas

Truenos sonando en las aceras

De enero a febrero las calles se irrumpen con un gran estruendo, música a todo lo que da y unas criaturas extrañas con la cara cubierta danzando en las calles de Jilotepec. A lo lejos parecen demonios, de cerca no es tan claro lo que son. Lo que le podría parecer una pesadilla a los foráneos, para los locales representa una de nuestras tradiciones más queridas. 

Personas de las que solo vemos sus ojos hacen sonar sus chicotes, trompetas y acocotes. Los vecinos salen de sus casas para ver el espectáculo, que aunque se repite cada año, siempre parece diferente. Los greñeros se agitan sobre las cabezas danzantes, y uno que otro le extiende su mano al público para ponerlo a bailar, haciéndolo aún más parte de una tradición que ya es de todos. Su ritmo resuena todavía más fuerte con el sonido de sus risas. Este es el carnaval Xhita. 

Nuestra herencia

Jilotepec es un pueblo, al norte del Estado de México, dedicado principalmente a la ganadería y agricultura. Caravanas de entre treinta a cuarenta personas, todos vecinos, le dedican los ocasos de la temporada a este ritual que busca garantizarnos una buena época de siembra y buena fortuna en nuestros hogares. El evento comienza cuarenta días antes del Miércoles de Ceniza, y culmina con el Martes de Carnaval, que cada comunidad festeja a su manera. 

La celebración Xhita es parte de nuestra herencia otomí, atravesada por los cristianos católicos y la enorme devoción a la virgen de Guadalupe que se profesa en la zona. No se sabe con exactitud la longevidad de este ritual, pero se sospecha que ha pisado nuestro suelo desde hace mucho, mucho tiempo. 

Aunque es verdad que la devoción se ha ido gastando, creyentes y no creyentes siguen luchando por mantener el carnaval vivo. Gracias a esto, apenas el año pasado el estruendo del chicote llegó hasta el Congreso mexiquense, consiguiendo que el carnaval Xhita tenga el estatuto de Patrimonio Cultural del Estado de México. Con esto, el Estado ahora se compromete a la conservación, promoción y salvaguarda tanto de la indumentaria como de la tradición. 

Cubiertos de simbolismo

Para que podamos comprender mejor esta tradición milenaria, vale la pena hacer un recorrido por los significados con los que se visten sus participantes. 

Sobre sus cabezas llevan el icónico greñero, fabricado con entre 50 a 100 colas de res y sus prominentes cuernos. Tiene un peso aproximado de 10kg, y para construirlo cada participante recolecta las colas, las tiñe y, quien tiene el conocimiento adecuado, lo construye para sí mismo o para los demás. 

Este greñero representa a la bestia de carga que jala el arado en las milpas y su uso se corona con el performance de los participantes que imitan los movimientos del toro. La representación del animal se acompaña con el sonido del acocote o trompetilla, que simula el bufido del animal

En la otra mano, el xhita lleva el chicote, un lazo trenzado que al azotarlo al suelo emite un chasquido que se asemeja al trueno. Los xhitas bailan y resuenan la tierra con la intención de atraer la fertilidad de sus adentros y hacerla resonar hasta el cielo, atrayendo la lluvia. 

En sus pechos llevan zarapes con la imagen de la virgen de Guadalupe o del santo patrono que respecta a sus comunidades. Y finalmente, en sus rostros habita la contradicción que viene con el sincretismo: caras cubiertas con trapos largos que ocultan sus identidades, reclamando su derecho a pecar por cuarenta días, y  su renuncia a la comunión de su propia iglesia. 

Los padres de los xhitas

De entre las decenas de pies danzantes llaman la atención dos personajes que no usan greñero. Tienden a ir al frente, y el resto de los asistentes apaga su grito cuando uno de ellos suena. El mayordomo y la madama comandan el ritual y asumen la figura de los padres de los xhitas. Son los encargados de dirigir el deambular de sus pasos, pero también de las oraciones que se ofrecen al final de cada recorrido en la casa de algún vecino que se ofrezca a apadrinar la procesión. 

El Mayordomo

Bajo un sombrero de paja y una máscara de anciano encontramos al mayordomo. Su ropa suele ser de manta y acompañada de otros elementos coloridos y bordados de la región. El personaje camina encorvado y se apoya en su bastón, que por supuesto también se mueve al ritmo de sus compañeros. 

Su papel es principalmente económico. Originalmente, quien asumía el puesto se encargaba de conseguir la totalidad de los fondos para sostener los 40 días de fiesta y el Martes de Carnaval. Ahora todos los involucrados recolectan el dinero, comida y bebidas que comparten al final de cada noche, pero el mayordomo continúa administrando todo esto. 

La elección del mayordomo precede hasta con varios años a la celebración. El puesto solo puede ser ocupado por un hombre en legítimo matrimonio católico, por lo que todos quienes se encuentren solteros, divorciados o en unión libre no son una opción.

Pero quizá la parte más importante de ser el mayordomo está en ofrecer su casa como recinto para el altar del santo adorado. Su casa se convierte en el punto donde convergen los danzantes para ofrecer sus oraciones y compartir el pan al final de cada recorrido. 

La Madama

La madama ha cobrado cada vez más importancia, y el día de hoy probablemente sea quien ocupa el lugar de mayor rango en el carnaval. Se trata de un hombre vestido de mujer, con las enaguas negras, el rostro tapado, un sombrero en la cabeza y, en la mano, una canasta y una bandera blanca. 

Su simbolismo no es tan claro como el del mayordomo, pero los participantes coinciden en ver en ella la figura materna de los xhitas. La madama dirige el carnaval en primer lugar y es quien recibe el mayor respeto entre los participantes.

Las Xhitas

Para nadie en la comunidad es secreto que la celebración es principalmente masculina. Hasta hace unos años, ninguno de los personajes podían ser representados por mujeres, y nuestro lugar no distaba de lo patriarcalmente convencional: la cocina. Por décadas, las mujeres se han encargado de la tarea de preparar los alimentos y recintos donde se recibirán a los danzantes. En este sentido, la esposa y la familia del mayordomo son quienes adquieren la responsabilidad más grande. 

Las razones son varias, todas ellas gastadas. Algunos especulan que la exclusión femenina del ritual se debe a que este representa el ejercicio de la ganadería y la agricultura, actividades consideradas un trabajo másculino. También se habla de que el peso del greñero no podría ser cargado por las mujeres interesadas.

Pero en los últimos años, las propias mujeres se han encargado de desmentir este discurso heteropatriarcal. Por un lado, el imaginario en el que las mujeres no participan en los trabajos pesados del campo es una falacia, pues por siglos se han integrado activamente a ellos. Y por el otro, han demostrado tener la fuerza y la voluntad suficientes para ser parte del carnaval. Ahora, cada año es más común encontrar miradas femeninas bajo el peso del greñero

Devoción y cuidado

Debido a la gran carga religiosa que tiene la tradición, es bastante común encontrarse con quienes la practican como una manda. En su mayoría, los xhitas juran participar por siete años en los que no podrán recibir la comunión católica, por lo que, en caso de morir, lo harán en pecado. Ser xhita es un honor y un sacrificio al mismo tiempo. Pero también es verdad que cada vez son más los que se integran a la celebración sin intenciones religiosas.

Los xhitas, más allá de ser un ritual de valor religioso en nuestro pueblo, es una tradición que ha dado un símbolo identitario fuerte a la región. Tal es su relevancia en este aspecto que el propio ayuntamiento del municipio ha convocado a los diferentes grupos de xhitas a presentarse en un desfile en medio de la temporada de su carnaval.

Los colores, cohetes, música y danza  que adornan la fiesta más significativa de Jilotepec son el marco que adorna el mejor momento para convivir con nuestros vecinos. En el pan encontramos la amistad de un enmascarado con quien compartimos nuestra tierra y nuestra historia. 

¿A quién le oramos?

Las tradiciones viven de nosotros, sin importar si somos locales o foráneos. Por eso me tomo el atrevimiento de darle voz al acocote y compartir con ustedes un poco de lo que sé, y dar pie a que alguien más –o incluso yo– hable de todo lo que aún no se sabe de una tradición como esta. A pesar de que el Carnaval Xhita tiene tantos años pisando las calles de Jilotepec, lo que se ha documentado al respecto es escaso y en su mayoría muy vago. El riesgo que corre una tradición que se mueve solo por las calles es quedarse en ellas. 

Cuando hablamos de los xhitas omitimos que el origen de sus danzas es lo suficientemente distante a nosotros como para no haber considerado en sus oraciones el cambio climático o las plantas industriales que se están montando en los alrededores. El otro riesgo que corremos cuando hablamos de tradición es olvidar que, en casos como este, su carácter vivo es importante. 

Mientras el chicote truena, nuestros ríos se secan, y los rosarios de las caravanas no llegan a los oídos de las grandes empresas que encontraron una mina de oro en nuestra tierra fértil. Bailamos por una lluvia que ya no se va al campo, y por una tierra que ya no tiene quién la trabaje. Los greñeros cubren las cabezas de los mismos que tendrán que levantarse la mañana siguiente para trabajar en alguna fábrica, porque el grano ya no nos da lo suficiente, ni tenemos lo suficiente para tener grano. 

¿Hasta cuándo puede vivir en nosotros una tradición que perece ante un abandono forzado?


Texto de Jovana Hernández – @plumas.de.ganso

Fotografías por Iván Plata – @r.ivan_plata.m