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En Busca del Swing en el M Jazz 2023

La noche del 10 de febrero la pasé escuchando Belanova, Moderatto, Juan Gabriel, Bad Bunny y Rocío Durcal hasta las 3 de la mañana. Al día siguiente tenía que ir al primer festival de mi vida, a un festival de Jazz contemporáneo. Me levanté tarde, cansado y crudo, y casi inmediatamente salí hacia mi cita a las 2 de la tarde en el Parque Bicentenario. Después de un caótico trayecto de sur a norte, la música ya había comenzado cuando me encontré con Garza, encargado de tomar fotos a las agrupaciones. A decir verdad, no conocía a la mayoría de los músicos que tocarían en el festival M Jazz, pero estaba esperando con mucha anticipación el evento. Esperaba escuchar mucha improvisación, disonancia y, sobre todo, swing.

Quizá soy un tradicionalista, o quizá le doy demasiada importancia a la teoría y la faceta académica del Jazz, pero mi oído tenía toda intención de escuchar el swing y el diálogo improvisado entre instrumentos. Tenía más dudas que expectativas, por lo que al final estuve en un limbo entre el disfrute de espectador y mi frikismo obsesivo de músico entrenado. 

Una apertura sin remate

La búsqueda del swing comenzó temprano. El acto con el que abrió el primer festival de mi vida fue el de un dúo de bajo eléctrico y violín. Había un pequeño grupo de gente al frente del escenario pendientes del dúo mexicano Barrera-Limas. En el resto del parque había pequeñas islas de gente sentadas en tapetes, hamacas y sillas. Todavía no sé si todo eso es típico en las primeras ediciones de festivales o exclusivo de este. El sol pegaba fuerte mientras iban terminando su presentación con un popurrí de música tradicional mexicana. Puede que haya sido la cruda y el hambre que tenía, pero cuando el dúo se despidió del público sentí que la experiencia de festival todavía no había comenzado; seguía esperando a que pasara algo.

Llamada y respuesta

Entre pruebas de sonido y el acomodo de los músicos en el escenario, el segundo acto se retrasó unos 40 minutos. Mientras uno que otro comenzaba a chiflar por la demora, aproveché para explorar el lugar y tomarme un vaso de agua como si no hubiera agua suficiente para todos. Mi oído se despertó al escuchar a la orquesta afinando y fui a sentarme cerca del escenario. Garza me dejó para ir a tomar retratos de las secciones de la orquesta. En medio del calor que golpeaba mi espalda y el incómodo pasto donde me había sentado, pude ver de cerca el inicio de la presentación de la Orquesta Nacional de Jazz de México. Fueron del Bolero al Big Band, presentando a sus 4 cantantes. La orquesta atrapó aún más mi atención cuando reconocí el clásico patrón rítmico de los boleros de Esquivel; pude apagar mi conciencia musical friki por unos minutos. Tanto el arreglo musical como el rugido de mi estómago y el dolor de cabeza me obligaron a renunciar a mi intento de imaginar la partitura de lo que estaba sonando y simplemente empezar a sentir las emociones.

El acto terminó con el director olvidando inocentemente los nombres de algunos de los miembros de la orquesta. Agradecieron al público, aplaudimos, y me levanté con las piernas entumecidas, un dolor de espalda, de cabeza y mucha hambre. Garza me cooperó para comprarme un hot dog y antes de que me lo pudiera terminar el siguiente acto ya estaba listo para iniciar.

La Tuba Funk

Había escuchado por primera vez la música de Los Pream de camino al festival un par de horas antes. Subieron al escenario músicos con tuba, trompetas, un keytar, vestidos con ropa Mixe de la Sierra Norte de Oaxaca. Su música fue estridente pero con matices. Mis deseos de escuchar improvisación los rebasaron con su propuesta de Jazz Funk a partir de instrumentos pertenecientes a géneros opuestos, especialmente la tuba. Mi oído estuvo tentado una vez más a dejar de contar el tiempo; sus temas musicales son muy reconocibles y memorables. El público se emocionó e insistió en pedir una canción más, cosa que no se pudo por el retraso previo de 40 minutos. Pudieron interpretar únicamente 4 canciones.

Umbral del Soul

Ya comenzando a entender la dinámica del festival y sintiéndome un poco mejor, esperé al siguiente acto de pie, platicando con Garza sobre el swing y el tradicionalismo en el Jazz. La plática se resolvió cuando Richard Bona se hizo presente en el escenario. Bona fue más allá de la música. Fue el acto del atardecer. Quien más se divirtió, de entre toda la gente presente en el evento, fue sin dudas el propio Richard Bona. Tocó baladas, interpretó Quizás, Quizás, demostró su gran habilidad en el bajo con las frases de sus canciones más Soul, improvisó en una loop machine con todo tipo de sonidos generados con su cuerpo y su voz, y cerró con una última balada a piano y voz. Fue la preparación ideal, por lo menos para mí, para la parte final del festival.

Popurrí Cósmico Neo-Soul

El swing llegó finalmente con Robert Glasper y su trío eléctrico. Interpretaron varios temas de su álbum Black Radio, extendiéndolas por hasta 20 o 25 minutos. En algún momento se hicieron tan repetitivas que me volví muy consciente de mi experiencia en el festival. Fue en su tributo a J Dilla cuando el ritmo suelto y “ebrio” de la batería se me hizo muy familiar de inmediato y para cuando me di cuenta mi cuerpo ya estaba bailando, aunque tímidamente. Desafortunadamente me detuve en cuanto noté esto y poco después terminó su presentación. Todos los actos del festival me estaban convenciendo y dejé de resistir mi transformación de friki obsesivo en espectador envuelto en el goce.

Del Segno al Fine

Pero la transformación se quedó ahí. The Comet is Coming fue el acto más sonoro y estridente. La batería retumbó todo el evento, especialmente con los platillos; su sonido se sentía por todo mi cuerpo e incluso me hacía temblar. O tal vez fue el frío gélido de la noche con su chispeo. Aún así, las ondas sonoras que atravesaban mi cuerpo me transmitieron más que la música, al menos en términos emocionales: música vibrante, hiperactiva y ácida que contrastaba con el dulce sabor de boca del Neo-Soul cósmico del acto anterior. Frente a semejante matiz de texturas y sabores, recordé desde el fondo de mis entrañas que sólo había tomado un vaso de agua y comido un hot dog. ¿The Comet is Coming no es el cierre que yo, un tradicionalista, estaba esperando, o sólo estoy cansado, deshidratado y hambriento? El dilema se resolvió en el instante en que el grandilocuente saxofón de Shabaka se convirtió en el barrito de alguna extinta criatura prehistórica. Tal sonido me recordó a la imagen de una estampida de mamuts semejante a la que, según entiendo, se forma a la salida de los festivales… Ahora imagina a cada una de esas criaturas intentando sacar su automóvil al mismo tiempo, por la misma puerta.

Así concluyó la experiencia de mi primer festival musical. Ah ¿y Garza? Se quedó hasta que cayó la última fría gota de sudor al tomarle fotos como un alienado a quien él considera el mejor saxofonista de la escena contemporánea de Jazz británico. O eso le entendí.


Jorge A. Mendoza Gama – @jorgemendoza.g

Fotos por @garzaxplotation