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White zombie: una historia de explotación y cuerpos enajenados

“Trabajan fielmente. No se preocupan por las horas extra. Usted podría usar hombres como los míos en su plantación” afirma Legendre, el hechicero vudú interpretado por Bela Lugosi en White Zombie, la primera película de zombis de la historia. Esta cinta inadvertidamente daría inicio a décadas de explotación de los muertos vivientes en los medios y definiría la visión que Hollywood tiene del vudú hasta la fecha.

Esta cinta es la más famosa en la filmografía de los hermanos Victor y Edward Halperin, que participaron en múltiples producciones hollywoodenses en las décadas de 1920 y 1930 antes de dedicarse, como director y productor respectivamente, a la realización de películas independientes enfocadas al drama, el horror y el romance. Los Halperin estuvieron ahí cuando el cine mudo murió, tanto así que White Zombie fue presentada originalmente con solo un puñado de escenas sonorizadas.

La cinta se inspiró en el reportaje “La isla mágica”, de William Seabrook, conocido como el primer hombre blanco en adentrarse directamente en los misterios del vudú haitiano. Aunque resultaría una decepción en crítica y un éxito moderado en taquilla, los años la consolidaron con el estatus de culto que suele rodear a las pioneras de un nicho.

Una película de su tiempo

La película inicia con un desabrido triángulo amoroso entre Neil y Madeleine, una pareja visita Haití para casarse en la isla, y el señor Beaumont, acaudalado hacendado cuya obsesión con Madeleine nunca es del todo explicada. Con este trío de poco interés no es raro que el personaje de Bela Lugosi y su penetrante mirada se convirtieran en los elementos más reconocibles de la cinta.

Aquí cabe mencionar que la influencia del Drácula de Lugosi es innegable en la cinta. Incluso cuenta con su versión descafeinada de Van Helsing y reemplaza al hechicero vudú por un hombre caucásico, de corte aristócrata que reside en un castillo y es seguido por animales de mal agüero.

El toque dramático de la historia radica en la conversión de Madeleine en un zombi. Con el propósito de que su marido la olvide y Beaumont pueda disponer libremente de ella, pasa por alto las intenciones ocultas de Legendre y desencadena un enfrentamiento final contra un grupo de zombis entorpecidos. La película finaliza con la caída desde un barranco del hechicero, esta vez interpretado por un encantador maniquí que a duras penas parece humano.

White zombie es, a pesar de sus rompedores detalles, una película de su tiempo. Nadie podría culparle por desconocer a los hermanos Halperin pues, en realidad, nunca se caracterizaron por la genialidad de sus películas. Mientras se critica casi inadvertidamente la explotación racial, la historia es, después de todo, sobre una doncella en peligro que debe ser salvada por su marido de ser vejada a manos del hechicero nativo y sus sirvientes de piel oscura.

Zombis de ayer y hoy

Mucho ha pasado desde que White zombie fue presentada en cines. Después de que la modernidad muriera en Auschwitz e Hiroshima, el modelo capitalista americano se situó como principal productor cultural en Occidente y dio rienda suelta a los monstruos que llenaron las pesadillas de los baby boomers. Vampiros, hombres lobo, monstruos del pantano y científicos locos parecían un temor más controlable y reconfortante que el de una latente aniquilación nuclear.

A velocidad vertiginosa, los muertos vivientes se transformarían en los años 40 y 50 en monstruos mucho más sanguinarios, dejando de lado el factor místico (pues originalmente se trataban de personas ordinarias bajo el control de sustancias desconocidas) para dar paso a una naturaleza meramente sobrenatural. Estas características se convertirían en definitorias para la estética de los zombis en los años por venir, pero aportaron poco o nada a enriquecer el género.

Sería responsabilidad de George Romero revolucionar los principios establecidos por los Halperin con su Night of the living dead, dando pie a la explosión definitiva del subgénero de zombis, una llama que se encendería durante cuatro décadas para no volver a apagarse por completo. Vimos a los muertos vivientes bailar, mutar, extinguir a la humanidad, adquirir consciencia y hasta enamorarse, convertidos en un añadido más a historias que poco o nada de discurso contenían en realidad. El mismo Romero declararía que su película  era “sobre una revolución, una generación que consume a la siguiente” y distintos análisis a lo largo de las décadas destacan el uso de los zombis en su trilogía como una representación de las desigualdades norteamericanas, convirtiendo a la clase media consumista en seres egoístas, lobotomizados, con el único propósito de alimentarse.

La enajenación

Esta crítica pareciera casi inseparable del subgénero pues, el uso principal que Legendre daba a sus zombis era el trabajo incansable en la producción de azúcar. Los zombis (todos ellos nativos de la isla caribeña) alimentaban con sangre y sudor la maquinaria que volvía obscenamente rico al hombre blanco que se enorgullece de la eficiencia de sus empleados. El zombi ya no es producto de un hechicero vudú, ya no entra en trance con un chasquido de dedos ni avanza lentamente ante víctimas horrorizadas. Las necesidades del mercado convirtieron al monstruo de los Halperin en una amenaza incluso mayor: veloz, resistente y sedienta de sangre cuyo paralelismo con la explotación y el consumo se ha disuelto bajo una capa de sangre falsa.

No cuesta mucho trabajo recuperar las partes más profundas de White Zombie y trasladarlas a un entorno moderno. La enajenación, según alguna enciclopedia digital de poca monta, es definida como la separación de la masa asalariada respecto a los productos de su propio trabajo.

Retractándome a medias, quizá si haya un deje de genialidad en el guion de los hermanos Halperin, uno que supo reconocer las condiciones materiales del Estados Unidos de su época. El villano corporativo, representado en Beaumont como un incompetente y en Legendre como un ser despreciable, forma un ejército de jóvenes que marchan sin pensar, obedeciendo órdenes, atacando a quien su líder les ha ordenado y en un último momento, siguiéndolo hasta la perdición más literal.

Todos son reemplazables, todo puede volverse una línea de ensamblaje, todo puede fetichizarse hasta el extremo de lo absurdo. ¿Qué es el cine zombi sino una advertencia asimilada, masticada y procesada?

El auténtico temor a los zombis no radica en temer ser devorado, sino en ser enajenado. Si White Zombie se hiciera hoy, uno de los zombis se detendría para contar al espectador los beneficios del trabajo duro y como, si muele la suficiente caña de azúcar, él mismo podría convertirse algún día en el maestro vudú.


Joshua López Piña – @Basurileo